Crónica sobre una armónica · Cuento sobre un objeto

Esa mañana se levantó antes de que el reloj sonara. Se quedó un rato en la cama mirando el techo pensando en el día que le esperaba por delante. "Hoy termina todo. ¿Y ahora qué?", pensó.
Pero, para su sorpresa, este pensamiento no venía acompañado de esa angustia que lo venía persiguiendo desde los últimos cuatro años durante todas las mañanas. La angustia de no ser lo suficientemente bueno, lo suficientemente talentoso. La angustia de no saber si era eso lo que realmente quería, la angustia de pensar por momentos "¿para qué?, ¿qué sentido tiene todo esto?". Esta vez no tenía ninguno de esos pensamientos. Se sentía ansioso y aunque lleno de incertidumbres, las vislumbraba como miles de oportunidades, todas distintas pero igual de fascinantes.
Bajó las escaleras con varias capas de ropa encima. Arriba era una cosa, el sol se filtraba durante todo el día por las ventanas y el ambiente se mantenía cálido, pero abajo apenas penetraban algunos rayos de sol al medio día y el frío se sentía aún más.
Encendió el viejo equipo de audio sobre el escritorio y dejó que sonara una melancólica trompeta del joven Chet Baker de fondo.
Se preparó un café y desayunó en silencio con la compañía de aquella música.
Terminó y subió nuevamente a la habitación. Prosiguió a vestirse y se puso a repasar las notas en su cabeza. Ahora se sentía nervioso. Se paró frente al espejo y se miró por unos segundos. Cerró los ojos, respiró hondo y volvió abrirlos. Se miró nuevamente y se sintió orgulloso de sí mismo.
Luego, en un impulso de felicidad, bajó corriendo las escaleras, tomó su violonchelo con entusiasmo, lo guardó en la funda y dentro del bolsillo externo de la misma guardó las partituras.
Salió y cruzó el largo pasillo que lo separaba de la calle. Una vez en la reja de entrada, se agachó y volvió a chequear si efectivamente había guardado las partituras correctas. Tanteó adentro del bolsillo exterior e inesperadamente su mano se chocó con un objeto metálico y duro. Lo tomo envuelto en su puño. Lo abrió y observó el pequeño objeto que ahora descansaba sobre la palpa de su mano. Era la vieja armónica que su abuelo había traído de Rusia durante su exilio en los años setenta.
"Ya no hacen de estas", pensó.
La miró con nostalgia y se acordó: ese era el motivo por el cuál había empezado a hacer música.


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